• Colección: Narrativa

  • Páginas: 160 páginas

  • ISBN: 978-987-4970-43-5

 

Los días que fuimos felices son relatos hilvanados por el tiempo y las circunstancias. Desde una breve mención al anarquismo, el surgimiento del peronismo, la resistencia y la vuelta de Perón, pasando por la dictadura del 76 hasta llegar a la pandemia, el personaje, que puede ser uno o muchos sentirá en el cuerpo, en sus músculos y en sus vísceras los avatares de la realidad con sus claros y oscuros.

 

 

Contratapa

La ficción, cuando funciona, crea un pacto indisoluble con el que cuenta. Uno imagina que  Gustavo Cingolani lo hace acodado a la barra del buffet de un club de barrio como el de sus historias. De manera potentísima y asertiva, sus voces —que bien podría ser una misma voz, la de una generación, un territorio— resultan un imán, un vicio. Los inmigrantes, el peronismo, los 70, el gobierno militar. En el club, el potrero o la cancha, sus personajes son conscientes del lugar que ocupan, también, en lo social. Resisten. Van a la fábrica y hasta en sueños maniobran la máquina. Los más chicos no se quejan ni del dolor de panza; construyen una casa secreta con cascotes. Mientras sus mayores, con cuchara y mezcla, levantan las propias. Sin embargo, profesan esa gratitud de los que entienden las penurias como condición de fortaleza. Estamos ante un narrador devoto de la difícil sencillez: suprimir lo fundamental para que las cosas y las personas comunes irradien una significación múltiple y reveladora. Un libro sobre la pérdida, pero también sobre la esperanza. Porque hay solidaridad. De aquella época en que la palabra era baluarte y el barrio otra familia. Pero también de ésta, donde un hombre que teme por la vida de su hija, en medio de la pandemia lleva un plato de comida a esa mujer que vive en la calle. Entiéndase bien: acá no se trata de cualquier felicidad, sino de aquella que es fruto de la resistencia al dolor. Y al olvido.

Laura Galarza

Los días que fuimos felices - Gustavo Cingolani

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Los días que fuimos felices son relatos hilvanados por el tiempo y las circunstancias. Desde una breve mención al anarquismo, el surgimiento del peronismo, la resistencia y la vuelta de Perón, pasando por la dictadura del 76 hasta llegar a la pandemia, el personaje, que puede ser uno o muchos sentirá en el cuerpo, en sus músculos y en sus vísceras los avatares de la realidad con sus claros y oscuros.

 

 

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La ficción, cuando funciona, crea un pacto indisoluble con el que cuenta. Uno imagina que  Gustavo Cingolani lo hace acodado a la barra del buffet de un club de barrio como el de sus historias. De manera potentísima y asertiva, sus voces —que bien podría ser una misma voz, la de una generación, un territorio— resultan un imán, un vicio. Los inmigrantes, el peronismo, los 70, el gobierno militar. En el club, el potrero o la cancha, sus personajes son conscientes del lugar que ocupan, también, en lo social. Resisten. Van a la fábrica y hasta en sueños maniobran la máquina. Los más chicos no se quejan ni del dolor de panza; construyen una casa secreta con cascotes. Mientras sus mayores, con cuchara y mezcla, levantan las propias. Sin embargo, profesan esa gratitud de los que entienden las penurias como condición de fortaleza. Estamos ante un narrador devoto de la difícil sencillez: suprimir lo fundamental para que las cosas y las personas comunes irradien una significación múltiple y reveladora. Un libro sobre la pérdida, pero también sobre la esperanza. Porque hay solidaridad. De aquella época en que la palabra era baluarte y el barrio otra familia. Pero también de ésta, donde un hombre que teme por la vida de su hija, en medio de la pandemia lleva un plato de comida a esa mujer que vive en la calle. Entiéndase bien: acá no se trata de cualquier felicidad, sino de aquella que es fruto de la resistencia al dolor. Y al olvido.

Laura Galarza